Mi jefe y yo compartimos el baño de la oficina. Mi escritorio está separado apenas por 2.5 m de la puerta del toilette. Él suele ir al baño tres veces por día. No, ni toma mucha agua, ni toma mucho té. No va a hacer pis, o por lo menos no va sólo a eso. Va al baño tres veces por día a defecar.
¡Sí, caga de lo lindo el muy puerco! Y yo no puedo evitar pensar que se está cagando en mí…
No tiene el menor pudor y el menor reparo. Cuando quiere ir al baño agarra el diario y me dice: “No me pases ningún llamado que voy al baño” ó “Dejame ir al baño, hijita”. ¡Puaj! Escribirlo lo hace todavía más repugnante. Además, no sé para qué me lo aclara, es obvio que va al baño, adónde va a ir en una oficina de 20 m2, no tiene muchas opciones.
La oficina es un cuadrado pequeño. La cocina y el baño, que están uno al lado del otro, sólo están divididos por medio de ese material que imita a una pared pero que es una especie de cartón duro y hueco con un aislamiento acústico pésimo.
Así es que, tal como pueden imaginarse, cada vez que va al baño me regala una estruendosa sinfonía sin el menor recato. Yo, desde mi escritorio (o desde cualquier rincón de la diminuta oficina), puedo sentir cada una de sus flatulencias como los truenos de una terrible tormenta de la que no puedo esconderme.
El toilette cuenta con un extractor que él enciende invariablemente al ingresar, pero dicho aparato sólo sirve de batifondo para su inmunda melodía. Él debe estar absolutamente convencido de que el ruido del extractor amortigua sus propios sonidos, pero claro, yo ya les expliqué que es muy corto de genio. Eso lo podría haber pensado los primeros días, pero a dos años de involuntaria convivencia la simple lógica le tendría ayudar a visualizar la siguiente ecuación: “Si yo, estando en el baño con el extractor prendido, escucho cuando suena el teléfono, cuando lo atiende mi secretaria y hasta lo que dice, de eso se deduce que ella debe escuchar mis pedos perfectamente”. Pero no, ni siquiera es capaz de hacer esa simple reflexión o, quizás sí, pero no le importa en lo más mínimo. Esto es evidente porque muchas veces, al salir del baño, me hace comentarios sobre los llamados que recibí, por ejemplo: “Llamó Perez, ¿no? Llamámelo ya mismo”. Entonces es obvio que si él oyó claramente el llamado el efecto es reversible.
Por lo tanto, todos los días laborales tengo aseguradas por lo menos tres performances en el baño, en las que debo escuchar, sin escapatoria posible, desde su completa pedorrera hasta su última gargajeada. Y no me extiendo en mayores detalles escatológicos porque no es mi estilo, pero soy una silenciosa testigo hasta de las más repulsivas porquerías que puedan imaginar.
Al finalizar, como para rematar el show, sale del baño arrastrando tras de sí un vaho fétido y nauseabundo, me llama sin la menor decencia para que lo siga hasta su escritorio y mientras me escupe alguna nueva orden a cumplir, se cierra la bragueta.
¡Sí, caga de lo lindo el muy puerco! Y yo no puedo evitar pensar que se está cagando en mí…
No tiene el menor pudor y el menor reparo. Cuando quiere ir al baño agarra el diario y me dice: “No me pases ningún llamado que voy al baño” ó “Dejame ir al baño, hijita”. ¡Puaj! Escribirlo lo hace todavía más repugnante. Además, no sé para qué me lo aclara, es obvio que va al baño, adónde va a ir en una oficina de 20 m2, no tiene muchas opciones.
La oficina es un cuadrado pequeño. La cocina y el baño, que están uno al lado del otro, sólo están divididos por medio de ese material que imita a una pared pero que es una especie de cartón duro y hueco con un aislamiento acústico pésimo.
Así es que, tal como pueden imaginarse, cada vez que va al baño me regala una estruendosa sinfonía sin el menor recato. Yo, desde mi escritorio (o desde cualquier rincón de la diminuta oficina), puedo sentir cada una de sus flatulencias como los truenos de una terrible tormenta de la que no puedo esconderme.
El toilette cuenta con un extractor que él enciende invariablemente al ingresar, pero dicho aparato sólo sirve de batifondo para su inmunda melodía. Él debe estar absolutamente convencido de que el ruido del extractor amortigua sus propios sonidos, pero claro, yo ya les expliqué que es muy corto de genio. Eso lo podría haber pensado los primeros días, pero a dos años de involuntaria convivencia la simple lógica le tendría ayudar a visualizar la siguiente ecuación: “Si yo, estando en el baño con el extractor prendido, escucho cuando suena el teléfono, cuando lo atiende mi secretaria y hasta lo que dice, de eso se deduce que ella debe escuchar mis pedos perfectamente”. Pero no, ni siquiera es capaz de hacer esa simple reflexión o, quizás sí, pero no le importa en lo más mínimo. Esto es evidente porque muchas veces, al salir del baño, me hace comentarios sobre los llamados que recibí, por ejemplo: “Llamó Perez, ¿no? Llamámelo ya mismo”. Entonces es obvio que si él oyó claramente el llamado el efecto es reversible.
Por lo tanto, todos los días laborales tengo aseguradas por lo menos tres performances en el baño, en las que debo escuchar, sin escapatoria posible, desde su completa pedorrera hasta su última gargajeada. Y no me extiendo en mayores detalles escatológicos porque no es mi estilo, pero soy una silenciosa testigo hasta de las más repulsivas porquerías que puedan imaginar.
Al finalizar, como para rematar el show, sale del baño arrastrando tras de sí un vaho fétido y nauseabundo, me llama sin la menor decencia para que lo siga hasta su escritorio y mientras me escupe alguna nueva orden a cumplir, se cierra la bragueta.
8 comentarios:
voy a vomitar!!!!!
es un asqueroso, tenes que vengarte de alguna manera
Muerte a los cagones con poder!
ayyyy que asquete, todo esto me da asquito, ¡cómo podés escribir estas cosas!no me gustó, y eso que me re concentré para poder captar bien la historia eh. Bueno, es mi impresión personal, you know.
Mirá Poldy, yo no sé que tanto hablás y hablás...porque debés ser la primera en quedarse clausurada en la cocina preparando la cena (Arjona de fondo), mientras tu marido está tirado en el sillón del living con un coñac.
No todos vivimos en un departamentito empapelado de lila y rosa, hay quienes estamos más cerca de las cloacas y tenemos que combatir el mal olor cotidiano.
mi jefe hace lo mismo, pero se va al baño con una revista de autos.
cualquiera! no compartimos baño pero esta cerca xq la of es chica.
te re-entiendo!
Yo creo que es mucho peor cuando el que es tu jefe en el momento te dice "Me voy a hacer una pillata" o "despedir a unos amigos del interior".. Eso a parte de repugnante es vergonzoso y grasa. Mucho peor si en algúm momento de tu vida tuviste relaciones con él... (ya lo subiré a mi blog, es una larga historia) Gracias por pasar Carolina. Me encanta tu forma de escribir, transmitis el odio por tu jefe y la manera en que defeca.
Escatológicamente blogeando
Debo admitir que la convivencia con la gentuza de poca etiqueta es peor que la otra… hay tantas maneras de cagar como el kamasutra posiciones para garchar. Pero vallamos a lo importante… si no tenes la confianza para cagarte en la otra persona que cohabita las horas laborales uno… o como dicen los psicólogos que te corrigen siempre…YO, tengo el decoro de intentar apaciguar el efecto sonoro.
Si no tenemos la suerte de paredes “concretas”, sino que tenemos las actuales separaciones con durlock o ladrillos huecos (para abaratar costos) es menester del que se esta cagando que busque la forma de no incomodar al otro si es que así lo quiere. En tu caso corazón, este HUEVUDO desea hacerte sentir como su esclavita laboral. Por lo que sus cornetas posteriores anuncian la nueva cagada del día, y por lo que comentas debe de ser gordo o comilon (no gay, hablo de morfar comida sin limites) porque para cagar tanto debe entrar comida.
Quizás una buena solución sería poner música de fondo para la parte sonora del asunto, o salir por algún motivo esos eternos minutos de sentada en el otrono de su majestad… pensa que debe ser el único lugar del mundo donde le entre el culo. Sí esi no es posible, cada vez que el meteorismo se haga evidente a tus oidos, dgritale:”…salud…” o decile …¿se encuentra bien?, porque escuche un estrepitoso ruido… Deberé meditar que podríamos hacer para el sordo, nulo de olfato y etiqueta del puerco en cuestión.
Por el nauseabundo y fétido olor en cuestión…sabemos que no hay desodorante, sahumerio o aroma concentrado que supere a la inmunda fragancia de una cagada después de comer quien sabe que “alimentos”… Respirar por la boca puede ser… pero mientras tanto acotaría… ¿Quién le cocina?, porque esta un poco podrido el asunto… dejarle una muestra gratis para aquellos que sufren de meteorismo… decile que te convertiste al budismo y dale con los sahumerios hasta que sea Londres…
La verdad es que estar bajo el yugo de un cerdo capitalista con ínfulas de alteza real tres veces en el lapso laboral, es difícil… deberemos pensar en la forma de corregir su falta de educación… o invítalo a ir al jardín zoológico así sus olores se mezclan con los de los animales… aunque pobres animales enjaulados… no tienen la culpa de la cero humanidad de los humanos.
POR FIN ENCUENTRO A ALGUEIN K SABE LO QUE YO SIENTO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! EN EL DOLOR HERMANAS..MI JEFE TB ES UN PUERCO
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