martes, 22 de abril de 2008

Mala leche


Tengo una leche vencida fuera de la heladera. La tengo escondida en el bajomesada atrás del tacho de basura. La fecha de vencimiento que tiene impresa dice “26/03/08”. Tampoco es tanto. La saqué de la heladera antes de ayer.

La leche la abrí hace tres semanas, más o menos. Trato de rebobinar mañana tras mañana y estoy segura de que la semana pasada no fue. Trato de buscar alguna referencia escondida en la rutina y me ilumino. Busco el comprobante del envío del supermercado, es del ocho de abril y, para ese entonces, yo ya tenía abierta esa leche porque era la última que quedaba.

El problema es que toma muy poca leche. Solamente unas gotas para cortar el café. Bueno, problema para mí, que quiero intoxicarlo, a él lo está salvando de la indigestión. Me acuerdo cuando recién empecé a trabajar y una vez, cuando le llevé el café, me dijo: – Tratá de hacerme el cortado con menos leche. ¡Es cor-ta-do! Ponele un chorrito apenas de leche. A mí me gusta con muy poca leche y casi todo café.-

Por ese entonces yo recién había empezado y casi no lo conocía. Obviamente que no me hizo falta más que la primer tarde con él para ver como perfilaba el asunto, pero en esa época estaba con las defensas aún más bajas que ahora. Hacía más de un año que estaba desocupada, así que no quise arriesgarme a contestar lo que me hubiera gustado, como en el último trabajo, en el que había durado un mes y medio. Y aquí estoy…a dos años de tanto practicar el papel de secretaria obediente me empezó a salir solo, tan natural, tan convincente que él lo compró a precio nuevo y, en realidad, estaba usadísimo.

El café le gusta siempre cortado, con muy poca leche, muy oscuro. Exactamente al revés que a mí, que me gusta la lágrima. Le pone un solo sobrecito de edulcorante porque tiene alta el azúcar en la sangre y no puede consumir demasiado. Claro que se olvida seguido, sobre todo cuando me ocupo de dejar las carameleras de los escritorios rebosantes de tentadores Butter Toffees de chocolate rellenos.

Una vez, mientras le llevaba el cortado hasta el escritorio (un recorrido de 7 mts. aproximadamente) un mínimo chorrito desbordó de la taza. Llevar el café no es mi fuerte, definitivamente no lo es. Es la tarea que más me molesta, que más detesto y que más hago. Apoyé la taza en su escritorio, junto con la cucharita, el sobrecito de edulcorante y el vaso de agua, y me fui o, por lo menos, lo intenté. Al instante me llama, yo no había alcanzado siquiera a cruzar la puerta del patíbulo, – Te voy a explicar una cosa: a los jefes nos gusta que nos traigan el café caliente y sin volcarse, porque si no, cuando levantamos la taza, se nos puede manchar la corbata. Así que traé ya mismo algo para limpiar acá. ¿Entendido?.-

En esos momentos me lo imagino muerto. Realmente siento unas profundas ganas de que se muera. He llegado a imaginar que le daba un infarto adelante mío. He llegado a imaginarme en su velorio.


Sin embargo, siempre algún verbo imperativo me despierta de la ensoñación y me doy cuenta, resignada y fastidiosa, que la leche cortada no va a llegar a matarlo. Pero no importa, existen otros métodos…

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente !!
Desde ahora empiezo a guardar la leche fuera de la heladera !! jajaja

Anónimo dijo...

Maraviloso. Muero por saber como sigue esta historia.
No creo que logres tu cometido, pero sirve de catarsis.
Lástima que aquellos/as que deberían leerla, no tienen la capacidad suficiente para darse por aludidos

Anónimo dijo...

Anónimo, "No creo que logres tu cometido, pero sirve de catarsis"? Vamos, que no se nos llene el blog de discursos moralistas y temerosos.
Dale Carolina, que si se pudre todo nosotros te llevamos puchos a Devoto.

Soledad Jácome dijo...

Gracias por el apoyo, Oscar. Yo necesito, respeto y valoro todas las opiniones que recibo en este espacio, pero tampoco quisiera caer el la innecesaria moralina: “¡no lo mates!”. Espero no tener que llegar a límites extremos e irreversibles, pero se la está buscando…
Igual, me gustaría aclararte que yo preferiría que me visiten en Ezeiza, no creo que terminar en Devoto diste mucho de mi situación actual. Sería la obediente secretaria de unos cuantos…

leticia dijo...

La verdad, leer lo que escribís me produce una fea sensación en el cuerpo, producto del recuerdo de haber vivido episodios similares. Yo también odiaba servir el café, y en mi caso tenía que subir escaleras haciendo equilibrio para que las tacitas llenas hasta el tope de café no se me volcaran. Pero tenía pocos reparos. Si a mitad de camino notaba que las tacitas estaban a punto de rebalsar, le daba un sorbito a cada una.
Y para tirarte unas flores, que leer tus líneas me produzca sensaciones raras es porque lográs trasmitir ese “efecto”, ja, para que te animes a leer en público, pero sin cursilerías por favor.

Anónimo dijo...

ajajaj a mi se me cayo el cafe ayer encima de unos "documentos importantes", pedi perdón 150 veces y nadie me "disculpaba por el episodio!, y es obvio que lo tiene almacenado en la compu y lo puede imprimir 100 veces

Anónimo dijo...

jajaj nose si matarlo pero podes hacerle la vida imposible