lunes, 14 de julio de 2008

Lluvia ácida

Llegó, arrasando con todo el aire que se atravesaba entre la puerta de entrada y su oficina, dejando un surco en la alfombra que anunciaba un día complicado. Se paró frente a su escritorio, gruñó mi nombre y sin mirarme, mientras se desabrigaba, me dijo:

- Oime…eh…preparame…eh…

- ¿Café? – Pregunté. Anticipándome al imperativo que se avecinaba. Porque ya saben que mi causa, prácticamente, se basa en la abolición de ese tiempo verbal.

- No, no. Café no. No me siento nada bien, no tendría que haber venido. – Eso seguro. – No ando bien del estómago y creo que el problema es el café. No me doy cuenta pero tomo mucho café y me va a dar una úlcera. – ¡Yupi!, grité mentalmente.

- Ah, bueno. – Dije con desilusión, tras ver frustrada mi oportunidad de alimentar esa llaga estomacal con mi ácido café venenoso, y volví a mi escritorio.

Sin exagerar, sin mentir, sin artimañas andaluzas de por medio que condimenten el relato, no llegaron a pasar 10 minutos para que me grite desde su trono de cuero:

- ¡¡Carolina, un cortado!!

Me di vuelta, con el ímpetu y la cámara lenta de las viejas propagandas de Wellapon, como si mis pelos trataran de acomodarse a mi desconcierto. Está rozando el límite de la incoherencia, la burla, la opresión. ¡No lo soporto más!

Al rato sentí como me aplastaba el mediodía, con su pesado augurio de un almuerzo imposible, con el oscuro presagio de que se iba a quedar en la oficina hasta cualquier hora. Veía el futuro de una tarde eterna y me quería matar. Todo el día encerrada con esa alimaña. Sin poder poner la radio y sin escuchar música de ningún tipo, porque le molesta cualquier sonido que no sea su propio rebuzno. Sin poder comer, ya que el olor de cualquier clase de alimento, así sea el vinagre de la ensalada, lo pone de malhumor, empieza a abrir las ventanas, aunque esté helando, y a atragantarme con sus protestas hasta la indigestión.

A la 13.55 yo seguía de aquí para allá, me faltaban los rollers. El insensible me tenía como bola sin manija construyendo ladrillo a ladrillo, con cada llamado que me pedía, el simulacro de que en esta oficina hay algo importante para hacer. Y la verdad es que no hay nada para hacer más que llamar frenéticamente, hasta el cansancio, a gerentes, presidentes, CEOs, gobernadores, diputados y secretarios que jamás lo atienden. ¿Para qué, entonces, insistir durante la hora del almuerzo, si el NO ya está reconfirmado desde las 9 de la mañana? ¿Masoquismo? No, no tiene ese perfil. Supongo que se debe a que, a esta altura, él mismo compró su personaje. Sospecho que ya no actúa, se lo cree y para reafirmarse y legitimizarse necesita dar vueltas por toda la oficina con cara de preocupado y hablar en voz bien alta repitiéndole a un interlocutor imaginario que el problema es el país, que la gente ya no quiere hacer negocios y que por eso no lo escuchan, porque están desilusionados, incrédulos, cautos.

No, imbécil, animalito del demonio. Vos, yo, las secretarias que me niegan a sus jefes sin el menor disimulo y esos empresarios que no te atienden aunque te presentes bajo identidad falsa, todos nosotros sabemos que la situación del país no tiene nada que ver con esto. Sabés de sobra que los negocios que vos no podés concretar porque los contactos y los amigotes que decís tener no son más que apellidos ordenados alfabéticamente en una base de datos, tus colegas de las oficinas de arriba los firman todos los días con mayor frecuencia y naturalidad que los comprobantes de la tarjeta de crédito. Así que no hace falta que trates de enmascarar esta triste rutina que te tiene más preso que a mí entre estas paredes y más gris que a cualquier cajero de banco. Porque ni siquiera hay un atisbo de inquietud en tu persona, un asomo de dignidad que trascienda tu histeria de rata enjaulada tratando de alcanzar el queso.

No, no puedo respetarte. Porque sos un empresario faldero (con mayúsculas, con vocación), que va con media lengua afuera dando pequeños saltitos en dos patas atrás de los culos de los peces gordos, salivando en exceso, a ver si le tiran algún huesito masticado. No es lo mismo trabajar de mucama, de mesera, de cajero, de secretaria, que ser mucama, ser mesera, ser cajero, ser secretaria. La diferencia está en las inquietudes, las preguntas, los sueños, los intereses. La diferencia está en creérselo. ¿Qué hace el empresario faldero a fin de mes con sus diez mil dólares y qué hace el cajero del banco con sus mil quinientos pesos?

Y cuando te veo así, desde mi biblioteca, desde mi butaca del cine, desde mis álbumes de fotos, me doy cuenta que con la mitad de tus años leí lo que vos no llegarías a leer en lo que te queda de vida aunque empezaras hoy, miré más películas que vos partidos de fútbol en tu largo medio siglo y viajé no sé si más, pero sí mucho mejor con ínfimas posibilidades económicas comparadas a las tuyas y con mucho menos tiempo disponible.

A las 15.20 yo ya me estaba por desmayar. Trataba de esconderme de a ratos en la cocina, aprovechando algún llamado telefónico prolongado, es decir, los de su amante, para pellizcar de a poco la tarta que me había traído. Pero ni con un Uvasal de ½ kg, ni empujando con grandes sorbos de soda cáustica apenas diluida, se puede tragar el almuerzo cuando él está presente. Los gritos y las órdenes son tan constantes como innecesarios. La mayoría de las personas a las que me hace llamar a esa hora salieron a comer. Los mails que me dicta son para empresas que se encuentran a la vuelta del planeta y que no los van a leer hasta dentro de 14 horas. Nada tiene sentido. A veces me llama y, cuando entro en su oficina, no sabe qué decirme, o se olvida o nunca lo supo, y sólo me hace ir para molestarme, para que me levante. Otras veces entro y lo único que me dice es: “Tengo sueño”, mientras bosteza y se estira adelante mío, reclinando al tope su heroico sillón y apoyando las piernas sobre el escritorio en un ángulo agudo que termina en sus medias. ¿Por qué tengo que ver cómo se despereza? ¿Por qué tengo que oler sus medias? ¿Por qué tengo que soportar que se acomode la bragueta adelante mío cuando sale del baño?

A las 15.35 me llama una vez más y me dice:

- Bajá y traeme algo de comer.

- ¿Qué quiere? – Le ladré.

- Mmmmmm, no sé. ¿Qué se puede comer acá abajo que sea livianito? Porque la verdad no me siento nada bien. No ando bien del estómago, me tengo que cuidar. – Cuando dice “acá abajo” se refiere a “Mostaza”, así que lo de livianito se los debo, aunque alguna alternativa siempre hay.

- Una ensalada. – Sugerí.

- No, ensalada no. ¿Otra cosa?

- Una hamburguesa. – Le dije, resignada ante su irracionalidad.

- Sí, sí. Traeme una hamburguesa completa, con papas y gaseosa grandes.

¡Eso sí que es cuidarse! Cuidarse la úlcera. La supuesta úlcera, porque no son nada creíbles sus lamentos hipocondríacos. Así que le traje la hamburguesa, se la serví y me quedé en la cocina terminando mi tarta, con su ruidoso engullir como música de fondo. Pero ni el sonido gutural de su devorar, ni el olor a papa frita que invadió la oficina parecía molestarlo para nada. Así que estuvo un rato tragando su almuerzo a deshora o su merienda temprana y salada. Un rato que habrá durado 10 minutos, porque las boas constrictoras mastican a sus presas mucho más de lo que él puede llegar a masticar una tira de asado. Cuando terminó, chasqueó los dedos y me pidió que retirara la bandeja.

A los cinco minutos llegó uno de sus “socio-amigotes”, se acomodó como en su casa, me llamó y me pidió un cortado. Mi jefe me dijo que no quería nada, mientras acariciaba su vientre hinchado, cual embarazada en la semana 38. Al rato entré a la oficina con el cortado para el “intruso invasor”, usurpador del espacio ajeno y aprovechador de la secretaria de turno, porque este hombre se quedó sin trabajo y no tiene oficina propia, por lo que suele venir a hablar por teléfono y a colgarse de Internet. Le serví el cortado, inmediatamente me lo devolvió y me dijo: “Mejor, traeme uno doble”. Salí de la oficina enfurecida, le serví el cortado doble, no sin antes dejar caer un hilo espeso de baba rabiosa en la taza. Volví. Me dijo: “Me arrepentí. Prefiero café solo”, y sin mirarme hizo un gesto displicente con su mano izquierda como diciendo “Volá de acá y traeme lo que te pedí”. Le llevé el café renegrido, recalentado, que había preparado temprano a la mañana y al que también corté con un poco de saliva. Cuando se lo dejé sobre el escritorio, mi jefe se incorporó levemente, sólo para tomar el aire suficiente que necesitaba para decir: “Ahora sí quiero un café. Traemelo”.

¿Necesito tanto este trabajo para comer, para pagar la luz, el gas y el teléfono? ¿Tanto miedo me da estar desempleada? ¿Tan orgullosa soy como para preferir esta tortura a tener que pedir ayuda? La respuesta a todas esas preguntas es sí, pero no me alcanza, no me satisface, no me justifica. Ya no son suficientes excusas la desesperación y la incertidumbre que padecí tras haber estado sin trabajo algunas veces. Ya nada parece peor que esto. En la comparación, todo es más digno.

En la cocina serví el café para mi jefe, mientras los escuchaba reírse con algún chiste estúpido que les llegó por mail. Pero a este café le puse más dedicación, así que añadí unas gotitas del Rapilax, que no sé si recordarán, pero siempre tengo a mano. Se lo llevé, hizo fondo blanco y me pidió otro instantáneamente. Supuse que estaría muy rico, ya que quería repetir, así que le preparé otro igual. Pero, esta vez, intensifiqué la dosis de laxante, recordando esos instructivos avisos de televisión que explican en detalle lo feo que es padecer “tránsito lento”.

Después fui al baño, apreté el botón y trabé el flotante de la mochila. Al rato se empezó a quejar sin el menor recato sobre sus molestias intestinales, como de costumbre, y le avisó a su amigote que iba al baño. Cuando pasó por mi escritorio y me dijo: “Voy al ñoba”, con el diario bajo el brazo, le avisé que se había trabado el botón y que en un rato subía el encargado para solucionarlo. Pero él estaba muy apurado, no podía esperar.

Desesperado, transpirando, enrojecido, le dijo a su amigo que lo llevara a su casa urgente. Y se fueron rapidísimo, huyendo de mi astucia mínima pero efectiva. Quizás hasta cándida e inocentona, pero suficiente para lidiar con esta mente tan corta y lograr mis pequeñas revanchas cotidianas. Mi silenciosa resistencia.

Ojalá, mientras se retuerce en medio de algún embotellamiento, reflexione y se de cuenta de que siempre se puede sufrir un poco más…

21 comentarios:

Campanita dijo...

Dios!

A veces leo lo que tan magistralmente relatás y me asustó de esa raza de energúmenos que, pensé, ya estaba extinguida.
Te pido por favor, habiendo tantos otros laburos, por qué no te vas de una vez? Es preferible prostituirse a estar en esa situación tan horrible en la que estás.
Saludos!

Anónimo dijo...

Caro... largá ese laburo y dedicate a escribir.

Nati Alabel dijo...

Te comento que acabo de renunciar a mi horrible empleo. Y tengo felices perspectivas a futuro...!
Si te interesa seguir siendo secretaria, no hay porqué sufrir. Se puede buscar. Hay alternativas!

Feminoides dijo...

JAJAJAJAJ Caro es mas pelotudo de lo que yo pensaba tu jefe jajajajaja

Anónimo dijo...

Y esa raza de jefes existe desgraciadamente...los habrán tratado así cuando ellos (si es que alguna vez lo fueron) eran empleados o es la mala leche que llevan adentro????????

Me divierte mucho leerte.....Besotes ♥

MaVe

Anónimo dijo...

juajuajua

... me pregunto cuanto de todo eso será real. Al laxante me refiero, todo lo demás te lo creo a pie juntillas. :P
Un beso.

Sil dijo...

Te felicito, por la manera en que escribís, por todo lo que te bancás a diario, y por las pequeñas venganzas que te tomás cada tanto.

Y no dejes de buscar otro trabajo ni un segundo, seguramente hay muchas opciones mejores que la cueva donde estás ahora.

Hagamos Ohm dijo...

Como Cookie, hay cosas que siento que quizás no sean tan reales, pero igualmente, supongo que estás sufriendo ese trabajo, porque yo lo sufro contigo cuando te leo.

Prefiero vivir abajo de un puente, antes de tener que soportar una persona así, lo juro!!

leticia dijo...

Me gustó mucho este relato. Aunque también dudo de la veracidad de lo del Rapilax, pregunto, ¿qué importa si pasó o no realmente?
Por otro lado, aplaudo la distinción entre ser y trabajar de, pero no sólo en los oficios que nombrás sino en cualquier otro. Si te la crees o te comes el personaje, podés correr la misma suerte de este muchacho no?
Al amigo de tu jefe, le recomiendo la película Ratatouille.

Trefo dijo...

Cuántos puñales brotan de sus líneas cuando se encabrona. Esta entrada se parece a aquella hoja enloquecida en el turbión de Discepolín.

rivito dijo...

Comparto con Lisi, esta prosa enfurecida nos quema y me hace recordar a una persona, que también se tragó el personaje, y no entiende ni va a entender que no es el mundo el que gira al revés.
Saludos

Santopoco dijo...

Carolina, no le pongas más laxante en el café. Es una venganza que no te sirve.

Empezá una sana rebelión. Te va a hacer muy bien a vos y él no va a saber qué hacer.

Mientras tanto, empezá a juntar pruebas para el futuro juicio.

Stpc.

Fucs dijo...

Hola Carolina, el otro dia de una sentada llegue acá y me leí todo tu blog.
Me gusta mucho como escribis.
Y que bueno fue entrar hoy y encontrar algo nuevo.
Ese jefe se merece el infierno.

Saludos

Fucs

Psicoloca dijo...

Caro... Siento que hace mucho que no te visito y mucho que no me visitas...
A partir de hoy, vuelvo al ruedo en mi antiguo trabajo con un clon de tu jefe.. ajajaja
Te juro que me violente de leerlo, porque me acorde todas las veces que a mi me boludeo.. pero yo renuncie... y me llamó, porque me necesita!
jajaja

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Hola! Hace un par de semanas leí todas las entradas y ahora estoy suscripto. Escribís realmente bien. Me permití linkearte desde mi blog.
Saludos!

Timide dijo...

Tengo que estudiar y sin embargo me atrapó tu blog, tu forma de narrar y me sentí realmente muy identificada con lo que te sucede. Yo jamás fui secretaria (primero porque me gusta vivir en zapatillas y segundo jamás soportaría la presión que aguantás vos), pero en los lugares donde trabajé sí recibía pedidos absurdos de mis"jefes", unos cuatro supervisorcitos y dos gerentitos de marketing de una cadena de cines. Pedían su café con leche mitad y mitad, pepsi light con hielo, pero cuando se ponían a hacer las cuentas y veían que se gastaba mucha leche (la cual como el café sólo debería corresponder a los clientes) amenzaban a los empleados que trabajaban todo el día sin calefacción si llegaban a tomarse un té. Malditos amarretes, que se lleven su propio café como se hace en los otros trabajos.
Que lugar de mierda.
Después tuve otro trabajo también de atención al público (donde no quisieron renovarme luego de 3 meses) y me miraban mal cuando llegaba a trabajar 3 minutos antes de mi hora de fichaje, a pesar de estar cambiada y lista para entrar. ¿Para que mierda querían que estuviera 15 minutos antes al pedo? Ah sí, la plusvalía. No les alcanzaba que me tuviera que quedar tiempo extra no remunerado atendiendo a las amas de casa con "cerebrito de plástico de taiwán" que tenían como clientas.

Bueno, no se que decirte, te daría palabras de aliento pero te mentiría. Todas las empresas hacen su fortuna estafando a sus clientes y a sus empleados.
Y yo ahora estoy desempleada, tratando de conseguir alumnos para dar clases particulares pero sabemos que eso no me va a permitir una total independencia económica.


AH, y una cosa más, después de postear esto seguramente reciba comentarios anónimos en mi blog enojados porque "le echo la culpa a la sociedad de lo que me pasa", hasta me tildaron "parásito". ¿Quiénes son los verdaderos parásitos?

Yo no le tengo ni un gramo de lástima a tu jefe, me parece perfecto tu venganza.
¡¡¡Hay que tener cuidado en cómo tratar a los que te sirven tu alimento!!!

felicitas horton dijo...

Caro, recorda que la venganza es el placer de los Dioses... pero estamos muy arriba de ese pensamiento terrenal... aunque lo disfrutemos. Cuando te dediques a escribir y seas feliz trabajando y viviendo de tu DON, recordaras estos momentos como una etapa oscura y clandestina que tuviste que pasar... LAXANTE PARA UN ATASCADO MENTAL!!!

El gato vagabundo dijo...

Creo que de todos los boliches donde estuve, este es uno de mis favoritos. Casi podia oler el olor a cafe quemado Carolina !.

Ya mismo entras al top ten.

Y voy a pasar a diario, eso te lo puedo asegurar, como que tu jefe es un pelotudo.

Impostergables Amores dijo...

Andate de ahí ya !!!!!!!!

Anónimo dijo...

Caro,
Me rei hasta las lagrimas, sos una genia describiendo situaciones cotidianas, tendrias que leer "estupores y temblores" de ameli nothomb, si no lo leiste te lo puedo llevar el lunes.

Cecilia Fiori. Prof. en Cs. de la comunicación (UBA) / Prof de Literatura / Postítulo en tecnologías y Postítulo en Escritura y literatura dijo...

Yo no dudo de lo del laxante te lo creo de pies a cabaza, será porque comparto tus angustias ante un jefe insoportable ? mmm quizas. Muy bueno tu blog y me mate de la risa con esto , te voy a poner en mis blogs favoritos y te voy a seguir visitando